martes, 26 de diciembre de 2006

Lo que la Navidad deja para otros.


Miles de personas que peregrinan a las urbes para que se les regale la Navidad, para dormir en parques y parterres, para regresar con lo que más se pueda, para que por lo menos unos días al año quienes sufrimos de estrés por el tráfico, por el trabajo, por la universidad, por la familia, por la pelada, por los hijos, por las cuentas, por el internet, por el fútbol, por las cosas que no se van a poder comprar sino hasta el próximo año, veamos que hay gente que si tiene problemas de verdad, y salvo estos días, el resto del año vive más tranquilo que uno.

Esa tranquilidad no significa que no sufran, no se preocupen o no tengan hambre, pero significa que su realidad es palpable, comprensible, más real, valga la redundancia.

Claro que hay gente que no se explica como estos indios vienen a morirse de frío, a pasar hambre, a denigrarse mendigando, botando sus cultivos, porque no quieren progresar, porque les parece que es más fácil pararse en una esquina y estirar la mano, con sus hijos corriendo en las intersecciones vehiculares más transitadas.

Lo que no se dan cuenta es que el frío lo sienten todo el año, y al igual que el hambre solo se calma con la compañía de los miembros de la familia al compartir lo poco que tienen, no se dan cuenta que no se denigran, porque la supervivencia impone mecanismos que necesariamente no todos entendemos, porque el concepto de progreso no es compartido, porque para esta gente jugarse la vida en una esquina es una experiencia de vida, como para otros tristemente puede ser ir de shopping.

Ojala que este año nos deje la clara visión de que la navidad no es solo árboles, pavos, regalos, novenas, y demás; la visión sobre la gente, de carne y hueso, como uno, cambie sobre quienes vienen a la ciudad, y que nos demos cuenta que al ayudarlos, nos regalamos a nosotros mismos un poco de humanidad.